Hay dos formas de abordar el malestar emocional:
1. Dirigiendo nuestra atención hacia fuera. Es el modo que nos enseñaron desde chicos. Te sentís mal, buscas la causa “ahí fuera” y la cambias.
2. Otra forma: Te olvidas de todo y te centras en vos mismo. Nadie nos habló sobre eso cuando estábamos creciendo.
Jiddu Krishnamurti solía decir que la solución a un problema está en el problema mismo, no fuera de él. ¿A qué se refería con eso? ¿Y qué relación tiene con el acto de masticar?
Pues bien, cuando nos sentimos mal, nuestra inercia es mirar hacia fuera, dirigir nuestra atención hacia todo lo que no es el malestar emocional. Miramos nuestras relaciones, nuestra situación laboral, nuestra economía, nuestra conducta… en fin, todos son candidatos al título: “Soy el motivo de tu malestar”. Si logro averiguar cuál es la causa y la arreglo, dejaré de estar mal. El método a veces funciona y a veces no. Lo curioso de todo es que nunca parece ser suficiente, ya que el malestar acaba por volver al cabo de un tiempo.
¿Existe algún remedio contra el malestar emocional recurrente? Krishnamurti apunta en esa dirección. Él dice: “No mires a ninguna otra parte, quédate con lo que es, es ahí donde está la solución”. Y para quedarse con lo que es uno ha de aprender a observar sin juicio. Para observar sin juicio podemos practicar con diferentes actividades, una de ellas es la masticación.
Cualquier actividad que realicemos de forma consciente, facilitará la observación de cualquier otra cosa que ocurra en nosotros (pensamientos, emociones, sensaciones físicas, movimientos). Podemos elegir realizar alguna práctica formal, como la meditación o el yoga, pero también podemos elegir una práctica cotidiana como lavar los platos, caminar hasta el lugar de trabajo, o bien, masticar.
Masticar conscientemente nos permitirá ser testigos sanadores de nuestro malestar emocional. Masticar no sólo nos ayudará a sortear con éxito períodos de malestar emocional, sino que además nos aportará las siguientes ventajas:
Convertirá la comida ingerida en trozos diminutos, lo que aumenta su área expuesta a las enzimas digestivas de la saliva y los jugos gástricos, mejorando así la digestión y absorción.
Se producirá más saliva, la cual contiene importantes enzimas que ayudan a extraer los nutrientes del alimento y neutralizar los parásitos contenidos en la comida (prevenimos así las caries u otro tipo de infecciones).
Favorecerá el predominio del sistema nervioso parasimpático por encima del simpático, lo cual le dice a todo el cuerpo: “Ahora toca hacer la digestión, nada de distracciones ni estrés”. Todo eso tiene un efecto relajante.
Compensará la falta de hidratación de alimentos como panes y galletas; alimentos densos que nos obligan a beber más de lo necesario.
Nos permitirá extraer los sabores de los alimentos integrales como cereales y verduras. Disfrutamos más de la comida.
Comeremos menos, pues al tardar más tiempo en ingerir la comida percibimos antes las señales de nuestro cuerpo diciéndonos que estamos saciados. Si comemos menos perderemos peso en caso de sobrarnos unos kilos.
Estaremos más tiempo en el presente, pues al estar atentos a la masticación advertimos cuando los pensamientos y/o imágenes mentales intenten llevarnos a cualquier otro sitio.
En la macrobiótica tradicional se recomienda masticar cada bocado alrededor de 50 veces. Detrás de esa cifra se esconde la recomendación más sencilla de “mastica bien lo que comes”. En este sentido, el consultor macrobiótico Verne Varona nos sugiere que no contemos las veces que masticamos, pues puede llegar a obsesionarnos y a comer mecánicamente. En cambio, sugiere que elijamos un día a la semana, una comida, y que mastiquemos conscientemente cada bocado, sin prisa. Los efectos de esa comida irán calando en las comidas siguientes, casi sin notarlo, de forma natural.
(Fuente: ww.macrobioticamediterranea.es)